Una vez más se encontraba allí, desnuda de cuerpo y alma frente a aquel espejo que más de una vez la repudió. Esa noche éste no le devolvió más que el reflejo de las llamas ardientes del infierno que ella misma representaba. Llamas que ni el mar que emergía de sus ojos, negros como la noche, pudo apagar.
Consumida por su propia carne coqueteaba con un abismo que ya le resultaba familiar, el mismo que llevaba su nombre. Y en ése instante sólo una imágen se le cruzó por la mente: unos ojos, los suyos, y nada más. El firmamento mismo reflejado en ese par de púpilas, su refugio.
1 comentario:
por eso prefiero no mirarme al espejo tanto, creo que por lo mismo Borges repudiaba los espejos.
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